AÑOS DE CAMINO
«Te cuidaré y te disfrutaré para siempre» me dijo ella, sintiendo que por fin había encontrado amor del bueno. El hecho de lo que ocurre, está inobjetablemente unido a reconocerle su valor porque si no, uno viviría en la absoluta incontinencia de existir. El reconocimiento para situarnos, para definirnos, es el compromiso de vivir y de convivir y eso una forma de transcender. Reconocer para, como en el teatro, liberar al oprimido y al opresor. Es por esto que me quiero definir en este prólogo subordinado al encuentro con el teatro de Cirilo Leal desde el reconocimiento y permitirme evidenciarme con amor del bueno. Es la oportunidad perfecta para empezar a hacer líneas descriptivas con razones porque compartir con él tantos años caminando rumbo a la escena, me ha permitido hacer del camino un hogar. El teatro de Cirilo da voz a los otros, a los vencidos. En la identidad de su conciencia hablan los rotos, los olvidados, los muertos en vida, los que demandan ser escuchados y en él encuentran la única forma de liberarse, de recibir el homenaje de ser visibles. Reconocerlos es la hermosa posibilidad de entenderlos. Es lo que produce la física del reconocimiento, los resortes secretos de la conciencia se articulan sin remedio. Al fin y al cabo, en su teatro espejo, nosotros, los que nos reflejamos desde las butacas, como los de la escena, también estamos algo rotos, vencidos y buscamos también ser reconocidos.
No pretende erigirse como un salvador social, porque no existe en él la tentadora idea de evangelizar con propaganda ya que sus motivaciones son totalmente racionales. Por eso, su teatro no es mínimo ni reductor.
Sus recursos expresivos, el drama y el humor, atienden al juego de contrapesos sin caer en contradicciones ni de texto ni ideológicas. Huye de la normalización del gusto, del discurso oficial y esto lo sume continuamente en la realidad, hallazgo que le adjudica a su forma de contar pura autenticidad. El valor de alejarse del dirigismo cultural transmite, como la impronta, la necesidad de seguirlo. Quizá sea por esto, que una legión actores se hayan subido de su mano a los escenarios para representar sus textos. No voy extender la lista de tanto talento pero si concluir que todos lo de ese elenco tenía algo en común; el olfato para distinguir que aquello era algo, único, auténtico. Era lógico que eso pasara , es la consecuencia que tiene descubrir a un hombre de raíz que apostaba reclamando el origen, atravesando las brumas de las apariencias, sin venderse, y como un constante de Calderón, seguía rumbo al alma. Por aquel entonces, entendí que el entusiasmo que yo profesaba por el contexto teatral internacional donde la dramaturgia del Escambray, del legado de Erwin Piscator y Bertold Brecht, del teatro de Augusto Boal o del teatro antropológico de Eugenio Barba, no eran definitivos, sino que la vida me había puesto a las puertas de un laboratorio escénico de valor histórico. La consecuencia de bregar junto a un maestro no solo aporta sabiduría, sino que irremediablemente nos ayuda a ser mejores. El reconocimiento a su trabajo me lleva habitando dos décadas, años conectado a este creador singular, en cuya pedagogía, en su fuerza, en su generosidad, y en su constancia, le sigo encontrando sentido y esperanza a este oficio.
Gracias Cirilo.
Óscar Bacallado de la Cruz
30 de agosto de 2019.